La factura oculta de ser celíaco o intolerante a la lactosa
La realidad de varias familias es que la salud digestiva es cara aunque no sea una decisión voluntaria
Comida que contiene gluten o lactosa. Fuente:Unsplash
Cuando se aprecian cada vez más modas alimentarias en redes sociales y las estanterías de los supermercados se llenan de productos “sin”, seguir una dieta especial puede parecer un capricho. Sin embargo, para casi 450.000 personas celiacas en España según la Federación de Asociaciones de Celíacos de España (FACE) y un 34% de la población española que sufre intolerancia a la lactosa según la Asociación de Intolerantes a la Lactosa en España (Adilac), estas restricciones no son una opción de estilo de vida, sino una necesidad médica inevitable.
Para las personas celíacas o intolerantes a la lactosa, cada compra en el supermercado o cada comida fuera de casa representa un desafío económico y de organización que en algunos casos supera los mil euros extra al año. Este sobrecoste se debe a lo complicado que es producir estos productos, por la poca demanda y por la falta de ayudas públicas, que influyen en el poder adquisitivo de los hogares y muestra una desigualdad en el acceso a la salud y el bienestar.
La celiaquía y la intolerancia a la lactosa, aunque a menudo se las etiqueta como “dietas especiales”, son problemas de salud importantes. La celiaquía es una enfermedad del sistema inmunitario que afecta a las personas que tienen mayor probabilidad de desarrollarla por herencia. Ocurre cuando comen gluten, una proteína que se encuentra en cereales como el trigo, la cebada o el centeno. Su cuerpo reacciona dañando el intestino, lo que impide absorber bien los nutrientes y puede causar muchos síntomas tanto digestivos como de otros tipos. El único tratamiento es seguir una dieta muy estricta sin gluten durante toda la vida, ya que cualquier pequeña cantidad puede dañar el intestino, aunque no se note.
Logo de la Asociación de intolerantes a la lactosa en España. Fuente: Página web de la asociación
Jon Rivera, celíaco desde los seis años, explica que él fue diagnosticado a raíz de que su hermana presentara síntomas de padecer la enfermedad. Por lo que al realizar las pruebas a toda la familia, un procedimiento común cuando hay un celíaco en el entorno, su hermana y él dieron positivo. Rivera relata que su caso es “un poco raro”, ya que a pesar de no haber sufrido síntomas evidentes durante su infancia, dentro de su cuerpo los daños sí que existían. Ahora, después de años siguiendo una dieta estricta, si toma gluten por accidente sufre los síntomas de la enfermedad.
Por otro lado, la intolerancia a la lactosa es cuando el cuerpo no puede digerir bien la lactosa, que es el azúcar que se encuentra en la leche. Esto ocurre cuando falta una proteína llamada lactasa, que es la que ayuda al cuerpo a digerir ciertos alimentos. Por lo que la lactosa llega al intestino grueso sin digerir y allí las bacterias la fermentan, lo que causa gases, diarrea, hinchazón y malestar. A diferencia de la celiaquía, esta no es una enfermedad autoinmune.
Ante la falta de información sobre este problema de salud en España, Oriol Sans fundó Adilac en 2003, poco después de ser diagnosticado, con el objetivo de que las personas que sufrieran intolerancia a la lactosa tengan un lugar donde puedan resolver sus dudas o saber que pueden comer. Hoy en día, debido a un aumento de las pruebas y a una mayor atención médica, la intolerancia a la lactosa cada vez se conoce más, al igual que la celiaquía.
El alto precio de los productos sin gluten y sin lactosa no es casualidad, sino que se debe a varios factores que están relacionados con cómo se producen y venden. Lo principal son los ingredientes, que, en el caso de los productos sin gluten, encontrar materias primas adecuadas es más difícil y más caro. “Mientras un kilo de harina de trigo normal cuesta unos 60 céntimos, la harina sin gluten y ecológica que uso cuesta entre dos y tres euros el medio kilo”, explica Laura Lemos, propietaria de la pastelería sin gluten, sin azúcar y ecológica Fit&Goxo. El informe de precios de FACE de 2025 también confirma que esta diferencia se debe, sobre todo, al mayor coste de los ingredientes.
El coste de los productos “sin gluten”
Alimentos aptos para celiacos: Pinterest
Además de los ingredientes, el proceso de elaboración también influye en el precio. En el caso de los alimentos sin gluten, uno de los mayores retos es evitar que se mezclen con trazas de gluten, lo que obliga a usar métodos de producción y controles de calidad más estrictos. La pastelera Laura Lemos cuenta que en su local no entra nada con gluten para garantizar la seguridad. Además, como el gluten da esponjosidad y elasticidad a las masas, hacer pan o bollería sin esta proteína es más difícil y requiere otras técnicas. Entre ellas, requiere investigación para encontrar ingredientes sustitutos, que en ocasiones cambian el sabor y la textura del producto.
En el caso de los productos sin lactosa, el proceso también encarece su precio. Oriol Sans explica que en la mayoría de casos hay que añadir lactasa artificial, una sustancia que tiene un coste y que necesita un proceso especial para que se incorpore y funcione bien en el producto. Todo ello suma y hace que fabricar productos sin lactosa sea más caro.
Asimismo, la cantidad que se produce y el número limitado de personas que necesitan el producto influye mucho en el precio. Los productos sin gluten y sin lactosa están pensados para un grupo minoritario de personas, a diferencia de los productos habituales. Esto complica producirlos en grandes cantidades, lo que encarece su distribución. “Si un producto se vende poco, su precio va a subir”, explica Oriol Sans. Aunque una mayor demanda podría ayudar a bajar los precios al permitir producir más.
Los controles de calidad y las certificaciones también aumentan el precio. Para que un producto se considere “sin lactosa”, Sans informa de que Adilac pide un certificado que garantice que tiene menos del 0,01% de lactosa, aunque ellos desde la asociación hacen análisis aleatorios todos los años para comprobarlo. En el caso del gluten, FACE recomienda que los productos tengan una certificación oficial como la “Espiga Barrada”, que asegura que hay menos de 20 mg de gluten por kilo. Todo este proceso cuesta dinero y necesita de personal especializado, lo que aumenta el precio, a pesar de que es necesario para garantizar seguridad. Además de los costes de producción, “algunas empresas aprovechan que cada vez más personas compran productos sin gluten para poner precios más altos”, advierte el informe de precios de 2025 de la FACE.
Precios elevados en productos sin gluten y sin lactosa. Fuente: Pinterest
Lo que cuesta comer sin gluten
Seguir una dieta sin gluten supone un gasto extra que afecta de manera directa al bolsillo de muchas familias. Según el Informe de Precios de FACE de 2025, una persona con celiaquía gasta al año unos 1.654 euros en productos sin gluten. Esto supone unos 998 euros más al año en comparación con alguien que no necesita esta dieta.
Los productos donde más se nota la diferencia de precio son el pan, las magdalenas o el pan rallado. Jon Rivera, que es celíaco, cuenta que él gasta unos 140 euros más al mes por su dieta. En su casa, donde hay dos personas celíacas, el gasto sube a unos 260 euros al mes. Está muy por encima de lo que se suele pensar que son alrededor de unos 70-80 euros al mes por persona.
Durante su Erasmus, Rivera recalca que también notó esta diferencia: “Mis compañeros gastaban unos 120 euros al mes en comida, yo no bajaba de los 240 euros al mes”. Como ejemplo, Jon Rivera menciona que si unas galletas María normales cuestan 50 céntimos, la versión apta para celíacos puede costar tres euros. Además del precio, la calidad de algunos productos sin gluten, como la bollería, suele ser peor. Rivera cree que esto se debe a que no hay tanta demanda, por lo que no se invierte tanto en mejorar su sabor y textura.
Lo que cuesta comer sin lactosa
En el caso de la intolerancia a la lactosa, calcular el gasto extra es más complicado porque cada persona tolera diferentes cantidades. Aun así, el fundador de Adilac estima que una persona puede gastar entre 300 y 400 euros más al año por seguir una dieta sin lactosa.
Las opciones sin lactosa son más caras que las normales. Según datos de Adilac, la leche cuesta un 11% más que la habitual, el queso un 32% más y los yogures entre un 45% y un 46% más. Tanto Adilac como FACE (la asociación de celíacos) reclaman ayudas económicas, ya que en estos momentos no existe ninguna. A diferencia de otras enfermedades donde hay subvenciones para medicamentos o tratamientos, las personas con celiaquía o intolerancia a la lactosa tienen que pagar toda su alimentación especial. “Cuando era pequeño mi familia pidió una ayuda económica, pero se la denegaron porque nunca había sido hospitalizado por intoxicarme con gluten”, recuerda Jon Rivera. En ese caso, su madre lo vivió como una injusticia y se preguntaba si de verdad era necesario que alguien enfermara para recibir una ayuda.
A pesar de no haber apoyo económico, se han aprobado reducciones temporales de IVA en productos como el pan y la pasta sin gluten, aunque no es suficiente para contrarrestar el gasto extra. Sans lo tiene claro: “Una persona con celiaquía o intolerancia a la lactosa debería recibir algún tipo de ayuda económica”.
Complicaciones frecuentes
Las restricciones alimentarias no solo tienen un impacto económico, también obliga a estar alerta y tener cuidado con lo que se ingiere. Para los celíacos, la contaminación cruzada es la mayor preocupación. El celíaco Jon Rivera explica que en su casa, aunque el 80-90% de la comida es sin gluten, sus padres comen pan convencional apartado de él y de su hermana, además tienen cuidado con la limpieza y la separación de utensilios. Por otro lado, tener una buena planificación fuera de casa es importante, por lo que Rivera siempre lleva un bocadillo como “plan B” y busca restaurantes recomendados por asociaciones o personas celíacas.
El sector de la hostelería y la restauración en España (HORECA) es un desafío particular. Oriol Sans lamenta el desconocimiento, la falta de información y formación entre camareros, jefes de sala y cocineros, lo que complica que el cliente conozca con certeza qué lleva el alimento. Adilac trabaja para concienciar a este sector y a la industria alimentaria para que etiqueten de manera correcta los productos y ofrezcan información clara al consumidor.
A pesar de las complicaciones, hay formas de reducir el gasto y seguir una dieta sana. El creador de Adilac recomienda a las personas con intolerancia a la lactosa que no se centren solo en los productos especiales y que prueben otros alimentos como pescado, frutos secos o verduras que aportan calcio y vitaminas. También informa de que hay pastillas de lactasa para tomar lácteos de vez en cuando, aunque no aconseja tomarlas de manera habitual.
Al final, lo que queda claro es que aunque en ocasiones se confunden con modas alimentarias, la celiaquía y la intolerancia a la lactosa son condiciones médicas reales que afectan a miles de personas en España. Una vez diagnosticadas, a estas personas les toca afrontar un cambio de alimentación, un alto coste económico y poco apoyo por parte de las instituciones. Para el colectivo que padece estas enfermedades, seguir una dieta especial no es una opción, sino la única forma de proteger su salud.

